Supongo que como había fútbol por la tarde, el
sepulturero, con las prisas a la hora de enterrarme, había elegido el montón
sin cribar.
Tendido boca arriba, aún no había terminado yo de contar
las coronas, cuando las aristas de un chino mezclado con la tierra de la segunda
palada, terminaron por dañarme el ojo
sano. Fue entonces cuando les perdí a todos de vista y por primera vez tuve miedo porque, aunque
la batería de mi móvil estaba completamente cargada, mi estado era tan increíblemente
atípico que no resultaba fácil hacer borrón y cuenta nueva.
Sabía que ya era demasiado tarde para rehacer mi vida y
demasiado pronto para hacerme planes.
Cuando empezaron a llegarme los primeros mensajes supe
que el fútbol había terminado y deduje, por el texto de los remitentes, quién había
ganado la final.
Luego, repasé
todas la ofertas que me llegaron del más allá, eliminé el correo no deseado y
cambié mi foto de perfil.
A media noche, las vibraciones de las llamadas habían
conseguido asentar la tierra y ya, con la nariz fuera y ligeramente aliviado, pude olfatear cada recoveco de esa extraña
dimensión que por el momento se había
convertido en mi nueva residencia provisional y que, pensándolo bien, no tenía nada del otro mundo, ya que carecía
totalmente de cualquier tipo de atractivo…
M.M.C.