Como
cada día, prepotente y confiado, el sol salió, dispuesto a presentar batalla.
Pero
ese jueves, aquellas inocentes y sumisas
nubecillas no se dejaron traspasar. Aliadas, se habían convertido en un negro y
denso nubarrón. El tráfico de mariposas era un caos.
Ellas, las encargadas de dar la voz de alarma a los seres vivos, andaban tan
desorientadas que cuando no chocaban entre sí, eran atraídas por una fuerza
misteriosa y desviadas de su ruta.
El
ladrido de los perros, el berreo de las cabras y el canto de los gallos a
deshoras hizo que muchos se volvieran locos y que cada uno decidiera esconderse
en dos sitios diferentes a la vez, con
la idea de tener más posibilidades de
sobrevivir. Como en un hormiguero, iban y venían los víveres entre la ciudad y la montaña. Muchos
vendieron sus casas y sus cosas y otros
compraron los bártulos del vecino a mitad de precio. Hubo quien cambió una
botella de leche por dos litros de vino y quien cambió la vaca por un lagar. Los
que no tenían miedo a contagiarse, se besaron. Los que no tenían miedo de
besarse ya estaban contagiados. Otros no quisieron ni siquiera despedirse, creyendo
que volverían por la tarde.
Mientras
los niños seguían jugando con lo que
tenían, los padres se empeñaban en
pelear por lo que no tenían. Casi todos los curas suspendieron la misa y
pusieron a buen recaudo el canasto de las limosnas. También los ricos perdieron
la memoria.
Sabían
cuánto dinero tenían, pero no recordaban dónde lo habían escondido ni a quien
lo habían confiado, porque habían perdido
la llave y las contraseñas. Los pobres no perdieron nada y eso no era justo, pero es que no tenían ni memoria. Las prostitutas, compadecidas,
ofrecían sus servicios gratis a hombres desesperados. Los desesperados se
multiplicaron como por arte de magia. Hasta que se fueron ellas. Un anciano,
con el Padrenuestro a medio rezar se tiró por la ventana en ayunas y como nadie
lo entendió, creyeron que se le había ido la cabeza. Los políticos,
arrepentidos se volvieron buenas personas y ofrecieron la mitad del contenido
del maletín perdido a quien diera pistas
de su paradero. Pero muchos prefirieron ser héroes anónimos y se quedaron con
el maletín sin revelar quién era el propietario ni dónde lo habían encontrado.
Los
banqueros cancelaron los préstamos que
tenían sobre la mesa y se dedicaron preferentemente a cobrar los impagos
atrasados y a cuadrar las cuentas. Mientras un gato moría atropellado en el
paso cebra, cinco polluelos desperdigados por la calle, buscaban a su madre
bajo la gran carrera de sandalias.
Lo
siguiente que recuerdo es que muchos años después, cuando volví a nacer y me preguntaron por los
detalles y el origen del desastre, Dios había cambiado todo el decorado y me fue
imposible señalar el lugar exacto.
M.M.C.