Por
aquellas fechas, mi mujer era insaciable.
Sinceramente,
yo no podía más.
Hacíamos
el amor mientras ponía la lavadora…
Luego, ella subía
a la azotea a tender y cuando bajaba ya se había cambiado de perfume y de
bragas, se había retocado el lunar del cuello... y la tenía otra vez encima, devorándome como una leona. Ella era todo lo
contrario a su hermana, según me confesó mi cuñado un día en el ascensor, notablemente
preocupado. Según él, llevaban mucho tiempo sin dormir juntos y no solo le
dolía la cabeza por las noches, sino que el simple hecho de subir a la azotea o
bajar, la dejaba realmente agotada. Entre todos tratamos de convencerlos para
que, a modo de terapia, cambiaran de aires y, aunque ella no quería, al fin
conseguimos que se mudaran de bloque.
Con
el tiempo, sus relaciones mejoraron algo. Por mi parte, curiosa e
inexplicablemente, empecé a recuperar fuerzas, pues en un periodo corto de
tiempo había conseguido reducir a la mitad la frecuencia de mis actividades
sexuales.
Dicen
de las gemelas, que cuando una de ellas se ausenta, la otra se deprime. Debe
ser cierto, porque desde que mi mujer entró en depresión, dejó de tener esa energía tan fogosa y exigente en la cama…
M.M.C.