En
la panadería, aquella mujer lo saludó con una bella sonrisa y se quedó pillado
porque
no sabía quién era. El caso es que su cara le sonaba de algo y no sabía de qué.
La
miró a los ojos, pero como no acertaba a recordar, le preguntó:
-¿Nos
conocemos? Creo que se ha confundido, señorita –añadió-
La
mujer se sorprendió enormemente y pensó para sí misma: “¡Cómo cambian las
personas de la noche a la mañana! ¿ Qué le pasa a éste?”
Luego
reaccionó y, mirando de reojo al panadero, respondió muy educadamente:
-Tiene
razón, debo de haberme equivocado…, perdone caballero…, que tenga un buen día.
A
continuación, la mujer pagó, salió de la tienda y echó a andar calle abajo. Él
se asomó a la puerta, la vio caminar de espaldas mientras se alejaba, se quedó
mirándola fija y detenidamente. Y entonces la reconoció enseguida:
Era
su vecina.
m.m.c