VIAJES ASTRALES
“…Millones de años después, alguien destapó el bote de
miel que acababa de enterrar y todos los espíritus de las abejas se dispersaron. Y hubo primavera otra
vez, en aquélla tierra nueva. Él, que no sabía cómo había llegado allí, no pudo
verlo de cerca porque sus ojos ya no eran los mismos. Tampoco pudo evitarlo. Ni
siquiera sabía que ahora estaba obligado a llamarse Adán. Eva llegaría un
lustro más tarde. Y tenía el presentimiento de que no se conformaría sólo con
oler las rosas.
Él, tan puro que aún no había descubierto la necesidad de
hacerse una paja, con el tiempo tendría que acostumbrarse a la rutina diaria de
follar sin gana.
La última vez que
murió, no tendría más de treinta años. Cuando le descubrieron el cáncer y le anunciaron el día de su
fallecimiento, alguien le aconsejó que probara a vivir para distraerse; pero aunque lo intentó, no pudo conseguirlo.
Él no había nacido para eso.
Ahora, convertido de nuevo en un mortal ocupando espacio,
volvía a reinar sobre cosas que le pertenecían. Pero pronto el aburrimiento se
apoderó de él. Su vida no tenía sentido si no encontraba un amigo a quien
regalar una fracción de sus posesiones a
cambio de cualquier pequeño o gran favor.
Su vida era tan sencilla y tan monótona, que ni siquiera
tenía un enemigo decente ni un buen rival que estuviera dispuesto a plantarle
cara y arrebatarle, si no todos los dominios, al menos una parte de sus
territorios.
Entonces apareció el gigante de la linterna. Era un ser
enorme. Como Dios, aproximadamente.
Cuando le vio llegar, Adán activó por primera vez su imaginación y
empezó a calcular mentalmente cuántos ejércitos iba a necesitar para derribarle
si quería defender sus posesiones.
-Vengo en son de paz
-interrumpió el gigante-
A continuación abrió la boca y vomitó los seiscientos
treinta y siete mil niños que había ido salvando por los campos de batalla de
otros mundos. Así fue como se pobló la faz de aquel planeta desconocido y sin
nombre…”
Manuel Macho Cruz