Cuando bajó de la montaña, se dirigió a la
plaza para hablar a los hombres,
pero una mujer asomada al balcón ya había
tomado la palabra y él, como uno más, se quedó a escuchar:
Aunque la reina tuviera una hija corrupta, seguiría
siendo su madre.
Y aunque tuviera un marido mujeriego, seguiría siendo su esposa.
Como cualquier mujer, soporta la vergüenza que
le toca
y aguanta el dolor y los chichones como puede,
cuando en una situación embarazosa
la ponen a parir sin estar de parto.
¡Oídme todos! No agachéis
las orejas, ni escondáis vuestras cabezas.
¿Acaso esconde ella la corona que le toca
llevar ahora?
¿Acaso elegisteis vosotros ser una manada de
corderillos?
¡Hipócritas! ¡Pandilla de carpinteros baratos,
que creasteis la muleta para levantar a un rey
y no fuisteis capaces de crear un verso
para levantar a un pueblo hambriento y
saqueado!
¿Qué salisteis a ver? ¿Qué vinisteis a oír?
¿El sermón de un ermitaño loco que os guíe?
¡Pobres ignorantes!
¿No os basta el discurso de una mujer
comprometida?
¿Es eso lo que os duele?
¿Por qué queréis arriesgaros a hurgar entre las
sombras de su casa?
Buscad la luz en vuestro interior, porque
estáis solos, como ella.
Zaratustra no vendrá. Estáis solos. Ahora solo tenéis a vuestros hijos.
Sacudid los cuernos de vuestras cabezas. Yo os
invito a volver los ojos hacia los que lloran.
Luchad por ellos, porque por ellos seréis
coronados y por ellos seréis criticados…
m.m.c.