Al amanecer, mientras él se ajustaba la
pajarita y se colocaba una tirita en el cuello,
ella se incorporó de la cama, emitiendo
ese bostezo dulce e inconfundible de mujer recién follada. Después
se miró al espejo y suspiró feliz y relajada. Nunca había reparado en lo bellas que
resultaban las ojeras después de hacer el amor durante toda la noche, sin
prisas y sin descanso.
Luego, bajó a la cocina y preparó dos
zumos de naranja, pues él tenía que trabajar a las ocho.
Cuando al despedirse, ella rozó sin querer sus genitales, notó que había vuelto a tener otra erección.
Instintivamente miró el reloj. Arriba, su marido seguía leyendo…
Sin perder tiempo, dejó caer la bata y
de un manotazo apartó todos los trastos de la encimera, descorchó el bote de miel, le desabrochó el chaleco, cerró los ojos y se
dejó llevar, sin plantearse si aquél lecho de granito, todavía en garantía, había sido construido a prueba de un improvisado
polvo exprés con previsión de resultado multiorgásmico.
Cuando terminara… no le entretendría
más… ni le molestaría…
-se prometió a sí misma- mientras le durara la resaca del placer.
23-05-2014