Un hombre se quejaba ante el inspector de hacienda, pues iban a embargarle por un error en un recibo improcedente dirigido a su nombre, donde se le reclamaba una cantidad muy elevada por deudas pendientes.
El hombre discutía acalorado a través de la ventanilla, pero no había manera de convencer al funcionario de que él no era el contribuyente obligado al pago.
-¡Por Dios, yo no soy cirujano! –le decía- No poseo ninguna clínica. ¿Tengo yo cara de cirujano?
-Pues presente un escrito y demuestre que no posee clínicas en propiedad ni tiene conocimientos de medicina.
-Pero hombre, mire mis manos…, yo trabajo en el campo…
-Ya. Eso lo dirá usted. Es lo que dicen todos. El recibo está hecho por un programa, son cuatro años de atrasos, caballero… y la ley dice que usted es cirujano mientras no demuestre lo contrario. Y no vuelva a levantarme la voz, que llamo a seguridad.
El pobre hombre se asustó y, agachando la cabeza, buscó la puerta de salida.
Pero en ese momento, el inspector, que procedía a efectuar la recarga de la grapadora, realizó una operación incorrecta mientras la manipulaba y hubo un fallo, desprendiéndose el resorte del muelle, con tan mala fortuna que le saltó a la cara y le vació un ojo.
-¡Rápido, llamen a un médico! –gritaron algunos entre el revuelo- ¡Hay que salvar el ojo!
Y todas las miradas se dirigieron a la puerta.
Entonces, el pobre contribuyente que ya salía, no tuvo escapatoria. Y girándose, al mismo tiempo que dejaba caer la boina, dijo:
-De acuerdo. ¡Llevadle a mi casa y ponedle en la camilla!
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Manuel Macho Cruz
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