No
es la hora de llorar
con
los versos del poeta,
ni
es la hora de reír
con
el discurso del político.
Es
la hora de guardar la pandereta
y
escuchar
el
grito del mudo y del raquítico.
Es
la hora de oír
la
canción del estudiante,
del
parado y del currante.
Es
la hora de renovar la savia
y
de renombrar los sabios,
la
hora de soltar la rabia
y
de liberar los labios.
Es
la hora de enfadarse
y
de cruzar la raya.
Es
la hora de cerrar el cuento vendido
y,
como dijo Celaya,
de
tomar partido
hasta
mancharse.
10-10-13
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