martes, 7 de octubre de 2014

TELE JUBILACIÓN




Aquel día le partieron el corazón cuando le dijeron que había llegado final de su vida útil y que le iban a enviarle al Tercer Mundo junto a las medicinas caducadas. Jamás había sospechado que los móviles se jubilaban tan jóvenes. Así que, solo le quedaba una semana para arreglar todo el desorden del menú. Después de recibir la noticia, se pasó toda la tarde en el rincón. Quiso gritar con todas sus fuerzas, pero se lo impedía el icono de la batería baja. Ahora, más que nunca, necesitaba una buena dosis de recarga. Durante las tres horas que duró la que sería su última carga, solo y recostado en la mesita, tuvo tiempo de pensar…
Supo que se estaba enamorando desde el primer día que quedó enmarañado entre su pelo y empezó a sudarle la carcasa al sentirse dulcemente acariciado por la yema de sus dedos.
Antes de rendirse, aunque tuviera que jugar sucio,  tendría que luchar por aquella oreja a la que se había acostumbrado.
Todo había ido de maravilla hasta que el día de su cumpleaños, ese novio suyo estúpido hijo de perra, se presentó delante de sus narices y le regaló otro teléfono de la competencia “de última generación y con más prestaciones”. Y él no tenía a mano ni una flor para ofrecerle.
Aunque no estaba dispuesto a compartir lóbulo ni pabellón con un recién llegado, tuvo que resignarse, pues ya había sido relegado al bolso como objeto de reserva.
Cuando oyó el timbre rival y lo imaginó camino de su oído, le vino tal ataque de celos, que le temblaron todos los circuitos, y tanta actividad  nerviosa acabó dejándolo sin energía. Cuando pudo recuperarse, ya no había nada que hacer.
Entonces decidió huir lejos de allí. Pensó en regresar otra vez a la tienda, pero no quería volver a la soledad del escaparate. ¿Quién lo compraría? Por otro lado, el técnico podía deshacerse de él y enviarlo a la chatarra en cualquier momento. ¿Para qué arriesgarse?
Hizo un último esfuerzo para deshacerse del intruso, pero al usar la función satélite descubrió que había tres dispositivos más en el mismo radio de acción, en distintos compartimientos del bolso, pero en alerta, dispuestos a conquistar los labios de su portadora y acariciar su mejilla al menor indicio de sonido o vibración. Sólo entonces comprendió que él era un cacharro lento y torpe, que había envejecido y que ya no tenía nada que hacer allí.
Buscaría otra oreja. No le importaba que fuera sorda, mientras fuera joven y virgen y no hubiera sido seducida ni viciada por cualquier otro dispositivo de marca pijo y advenedizo… 

m.m.c.

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