domingo, 24 de noviembre de 2013

LAS DOS HERMANAS



Por aquellas fechas, mi mujer era insaciable.
Sinceramente, yo no podía más.
Hacíamos el amor mientras ponía la lavadora… 
Luego, ella  subía a la azotea a tender y cuando bajaba ya se había cambiado de perfume y de bragas, se había retocado el lunar del cuello...   y la tenía otra vez encima, devorándome como una leona. Ella era todo lo contrario a su hermana, según me confesó  mi cuñado un día en el ascensor, notablemente preocupado. Según él, llevaban mucho tiempo sin dormir juntos y no solo le dolía la cabeza por las noches, sino que el simple hecho de subir a la azotea o bajar, la dejaba realmente agotada. Entre todos tratamos de convencerlos para que, a modo de terapia, cambiaran de aires y, aunque ella no quería, al fin conseguimos que se mudaran de bloque.
Con el tiempo, sus relaciones mejoraron algo. Por mi parte, curiosa e inexplicablemente, empecé a recuperar fuerzas, pues en un periodo corto de tiempo había conseguido reducir a la mitad la frecuencia de mis actividades sexuales.
Dicen de las gemelas, que cuando una de ellas se ausenta, la otra se deprime. Debe ser cierto, porque desde que mi mujer entró en depresión, dejó de tener  esa  energía tan fogosa y exigente en la cama…

M.M.C.

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