Que era imperfecto, lo sabía de sobra. ¿Y qué?
Ella lo aceptaba como era y no le importaba. Las deformaciones que lo afeaban eran compensadas con esas pequeñas cualidades y detalles que todas
las mujeres adoran: Todo lo que ella se ponía, le parecía bien. Su manera de peinarse o de maquillarse… no le
volvían celoso. Era infinitamente paciente y extraordinariamente compasivo. Y sobre
todo, a la hora de arreglarse, nunca le
metía prisa. ¿Qué más podía pedir?
Por todas esas cosas, ella se enamoró de aquél espejo.
M.M.C.
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