miércoles, 20 de mayo de 2015

EL MAGO Y LA ZORRA



Como no era guapa como su hermana, ni tenía buen tipo como sus amigas, tuvo que ponerse a estudiar.
Después de seis años, con dos licenciaturas, veinte kilos extra de grasa y celulitis, cuatro idiomas y ciento noventa y dos currículum entregados, se colocó en la trastienda de una franquicia de colonias y aprendió a empaquetar los  pedidos para reparto que le pasaban por la cortinilla sus antiguas amigas, ahora convertidas en bellas azafatas.
-Veo que nunca ríes. Si tienes algún problema, me gustaría ayudarte. Sabes que haría cualquier cosa por ti… -le dijo su compañero, un repartidor cojo apodado “el mago”, que estaba enamorado de ella-
-¿De verdad eres mago, como dicen por ahí? –preguntó la muchacha-
-Bueno, depende de los deseos que se formulen… 
-respondió él-
Y dejando caer el paquete, a medio precintar, pidió resuelta:

Quiero que me conviertas en una zorra!
Él se puso muy triste, pero como la amaba, accedió a su petición aunque sabía que no volvería a verla porque iba a estar muy ocupada marcando su territorio y alterando la paz de los polluelos.

Pasaron treinta años y volvieron a encontrarse.

-Sigues igual que siempre. No has cambiado –saludó ella con un leve beso para no llenarlo de carmín-
-En cambio, tú te has convertido en una zorra muy esbelta –respondió el mago- ¿Cómo te ha ido por esos mundos?
-No me quejo. Tengo todo lo que puedo desear. Me quedé con las acciones, tengo 20 tiendas propias, las mejores azafatas trabajan para mí… y cuando necesito empleadas para el almacén,
echo mano a los currículums…
Y mirando al cielo por primera vez, añadió:
¿Qué más se puede pedir? Ahora quiero  a dedicarme a descansar.
Y entonces, una gran voz le contestó:
-Es cierto. Lo tienes todo. Dinero, coches, joyas, una casa en la montaña…

Ya solo te falta una tumba frente al mar…

M.M.C.

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